La mayor parte de lo que aprendemos lo olvidamos tras poco tiempo. El
psicólogo alemán Hermann Ebbinghaus (v. Caparrós 1986; Saiz y Baqués 1995) mostró
en 1885 que (bajo las condiciones de su experimento), se olvida un 75% de lo aprendido después de tan sólo 48
horas. Este resultado fue validado posteriormente (Pimsleur 1967;
Bahrick 1975, 1984; Bloom et al. 1981; Rubin, Wenzel 1996). El siguiente gráfico, denominado "la curva del olvido", muestra
cómo decae con al tiempo nuestra capacidad de reproducir la materia de memoria:
En muchos casos el olvido puede aproximarse por una función logarítmica,
una polinómica o una exponencial (Rubin, Wenzel 1996; Staddon, Higa 1999; Ritter, Schooler 2001; Raaijmakers,
Shiffrin 2002). Naturalmente, la velocidad del olvido viene determinada por el tipo de materia de estudio, por
la existencia de interferencias con materias similares y por otros factores.
Por otra parte, se sabe que la pendiente de la curva del olvido se
va atenuando con cada repaso (Salisbury 1990):
Afortunadamente, los intervalos
entre los repasos pueden hacerse cada
vez más largos sin pérdida de eficacia (Landauer
y Bjork 1978; Cull et al. 1996). Algunos autores sostienen que los intervalos deben hacerse de lo más amplio
posible para reducir el esfuerzo y el tiempo empleados (Dempster 1987, 1988, 1996).
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